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REY ¡Oh, tú, divina mente, que en campos del oriente sin oriente, desde el siglo primero sin primero, hasta el postrero siglo sin postrero, a no dejar de ser la que ya fuiste, del labio del Altísimo naciste primogénita suya, tú, que desde la eterna infancia tuya cielos habitas, siendo si a ellos subes, tu trono las colunas de las nubes, desde donde circundas el orbe a giros, desde donde inundas a giros el abismo, poniendo a un tiempo mismo en varios horizontes ley a los mares, límite a los montes, tú, en fin, que sin principio y fin criada, como el cedro en el Líbano exaltada, como en Cades la palma, la especiosa oliva en valle, en Jericó la rosa y el plátano en la orilla de las aguas, fragrante maravilla de vid vallada entre diversas flores, diste la suavidad de los olores distilando en aromas al cinamomo y bálsamo las gomas, que en místico atributo de honestidad y honor rinden el fruto por quien el sabio llama al buen olor perfume de la fama, atiende a la voz mía antes que diga, oh tú, Sabiduría de Dios, pues ya para saber quién seas tus renombres lo han dicho.