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¡El fuerte Esperanza, fundado por el teniente Jasper Hobson en los límites del océano Glacial Ártico, había derivado! ¿Se había hecho acreedor el valeroso agente de la Compañía a algún reproche? No, por cierto. Cualquier otro hubiérase engañado como él. Ninguna previsión humaba podía haberle puesto en guardia contra una eventualidad semejante. ¡Creyendo edificar sobre roca había edificado sobre arena! La porción de territorio que forma la península Victoria, y que los mapas más exactos de la América inglesa representaban unido al continente americano habíase separado de él bruscamente. La península no era en realidad más que un inmenso témpano de 150 millas cuadradas de superficie, sobre el cual los aluviones sucesivos habían formado en apariencia un terreno sólido, en el que no faltaba ni vegetación ni tierra vegetal. Ligado al litoral hacía millares de siglos, el terremoto del 3 de enero había roto sin duda sus lazos, y la península se había convertido en isla pero en isla vagabunda y errante, arrastrada desde tres meses atrás por las corrientes a través del océano Ártico.