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REINALDOS: Sin duda que el ser pobre es causa desto; pues, ¡vive Dios!, que pueden estas manos echar a todas horas todo el resto con bárbaros, franceses y paganos. ¿A mí, Roldán, a mí se ha de hacer esto? Levántate a los cielos soberanos, el confalón que tienes de la Iglesia. O reniego, o descreo... MALGESÍ: ¡Oh, hermano! REINALDOS: ¡Oh, pesia...! MALGESÍ: Mira que suenan mal esas razones. REINALDOS: Nunca las pasa mi intención del techo. MALGESÍ: Pues, ¿por qué a pronunciallas te dispones? REINALDOS: ¡Rabio de enojo y muero de despecho! MALGESÍ: Pónesme en confusión. REINALDOS: Y tú me pones... ¡Déjame, que revienta de ira el pecho! MALGESÍ: ¡Por Dios!, que has de decirme en este instante con quién las has. REINALDOS: Con el señor de Aglante. Con aquese bastardo, malnacido, arrogante, hablador, antojadizo, más de soberbia que de honor vestido. MALGESÍ: ¿No me dirás, Reinaldos, qué te hizo?